Sujetó sus pálidas manos y al hacerlo retorno a su mente el cultivo de gardenias, su aroma y la nostalgia. No lo quería soltar, sus flacos dedos se prensaban a los recuerdos que su blancura remontaba.
Fue una noche larga y tediosa donde sólo el tic–tac de aquel salón bailaba alegre. Sus uñas pendientes estaban de su presa y su presa pendiente de un descuido de ella.
Lucila esperó cuatro largos años, para entregarse por completo al hombre de labios transparentes, al de labia locuaz y brillante dentadura, quería ser devorada por sus tremendas mandíbulas y tallada por esas manos en las que el yeso se fue impregnando con los años.
A medianoche sentía resbalar los años de espera, se hacían nada ante su presencia y se sintió tan ligera que su voz y su oído escaparon. No comprendía palabras que venía tejiendo desde su infancia, no pudo siquiera decirle un simple hola como tantas veces lo había ensayado. Lo único que permanecía en su cuerpo eran sus ojos, vivaces y enigmáticos lo observaban grabando cada gesto cada movimiento y de pronto la charla se volvió puro lenguaje a señas. El se sintió defraudado y no comprendió todo lo que ella le decía sin palabras, ofuscado desapareció con la noche en los ojos ciegos de la mujer.
Ella intentó seguir respirando el aroma de sus gardenias al tiempo en que sentía se le iba la vida en las manos de aquel hombre. Regresaría ella a su pueblo natal y juró recordarlo cada vez que cultivara sus gardenias, no sospechaba que su oído al igual que su voz jamás regresarían menos sospechaba que ese hombre se llevaría su cuerpo poco a poco y así esa mujer fue perdiendo todo. Se le fue opacando la mirada,un poco distraída y un tanto distante, su incrédula mirada que poco percibía por temor a que volaran sus ojos que ya habían partido aquella noche..
Una estatuilla, cual si fuese hecha de porcelana, se levanta majestuosa en el museo Tamayo, el autor de labia locuaz, dentadura brillante y de labios transparentes saluda a los espectadores que lo alaban, cada roce de sus manos disipa por el aire lavanda y gardenias mientras todos admiran la estatuilla cual si hubiese sido elaborada de porcelana.. Sus hermosos labios, su gesto indicando un oído atento, ¡Increíble esplendor! Pero lo que más admiran son sus ojos.. Esos ojos únicos, enigmáticos casi inhumanos e indescriptibles guardando el secreto: “El secreto de esa mujer a la que el hombre despojó de todo incluso de su mirada”
γک.
Fue una noche larga y tediosa donde sólo el tic–tac de aquel salón bailaba alegre. Sus uñas pendientes estaban de su presa y su presa pendiente de un descuido de ella.
Lucila esperó cuatro largos años, para entregarse por completo al hombre de labios transparentes, al de labia locuaz y brillante dentadura, quería ser devorada por sus tremendas mandíbulas y tallada por esas manos en las que el yeso se fue impregnando con los años.
A medianoche sentía resbalar los años de espera, se hacían nada ante su presencia y se sintió tan ligera que su voz y su oído escaparon. No comprendía palabras que venía tejiendo desde su infancia, no pudo siquiera decirle un simple hola como tantas veces lo había ensayado. Lo único que permanecía en su cuerpo eran sus ojos, vivaces y enigmáticos lo observaban grabando cada gesto cada movimiento y de pronto la charla se volvió puro lenguaje a señas. El se sintió defraudado y no comprendió todo lo que ella le decía sin palabras, ofuscado desapareció con la noche en los ojos ciegos de la mujer.
Ella intentó seguir respirando el aroma de sus gardenias al tiempo en que sentía se le iba la vida en las manos de aquel hombre. Regresaría ella a su pueblo natal y juró recordarlo cada vez que cultivara sus gardenias, no sospechaba que su oído al igual que su voz jamás regresarían menos sospechaba que ese hombre se llevaría su cuerpo poco a poco y así esa mujer fue perdiendo todo. Se le fue opacando la mirada,un poco distraída y un tanto distante, su incrédula mirada que poco percibía por temor a que volaran sus ojos que ya habían partido aquella noche..
Una estatuilla, cual si fuese hecha de porcelana, se levanta majestuosa en el museo Tamayo, el autor de labia locuaz, dentadura brillante y de labios transparentes saluda a los espectadores que lo alaban, cada roce de sus manos disipa por el aire lavanda y gardenias mientras todos admiran la estatuilla cual si hubiese sido elaborada de porcelana.. Sus hermosos labios, su gesto indicando un oído atento, ¡Increíble esplendor! Pero lo que más admiran son sus ojos.. Esos ojos únicos, enigmáticos casi inhumanos e indescriptibles guardando el secreto: “El secreto de esa mujer a la que el hombre despojó de todo incluso de su mirada”
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