17.4.13

Schwarz.






Pensé que jamás me volvería a sentir así. Sentir de nuevo esa angustia ese dolor punzante este pecho punzado. Se clava tan hondo adormeciendo el cerebro, antes pincha con agujas los ojos cegándolos por completo, y da paso al odio.
Pasaron años, la perdí siendo ella muy joven. Tal vez no comprendía en aquel entonces que ella no volvería jamás, que nunca volvería a escuchar su voz y que con el paso del tiempo iría olvidando las notas agudas de su voz al enfadarse. Su aroma al igual se evaporaría, incluso de las sabanas que atesoraba en un cajón y de cada rincón donde su cuerpo había hecho al mío. El tacto, su piel, su cabello toda ella sabía a mis dedos, la gloria. Mis manos con el paso del tiempo a su ausencia se irían acostumbrando como el resto de mi cuerpo a no tenerla. Excepto por mi mente, presa estaba en su recóndito rincón que había aparcado en mi cerebro el mismo que jamás asimiló la pérdida y que junto a otros factores influyó para un día desatar una nube inmensa de coraje y odio que nos llevarían a la desesperada búsqueda de paz, de silencio.
Por años, intenté callar las voces agresivas que comúnmente repetían a gritos mis fracasos, mismas voces me culpaban de su muerte, oh..! Si tan solo supieran que caigo rendido por las noches de tanto llorar e implorar que ella vuelva, si tan solo supieran la carga que lleva mi alma por haber pronunciado aquellas palabras malditas que se llevó clavadas en los oídos, mismas que me acompañarán hasta mi muerte, si tan solo ellos alguna vez hubiesen perdido a aquel que aman más que a su vida. No, es por eso porque no lo saben que lanzan con una facilidad impresionante la culpa, acusaciones nefastas a una persona que para ellos lo es, nefasto. Si lo acepto, en todos estos años no he hecho otra cosa que no sea tirarme al vicio, a escribir y embriagarme por las noches. He vivido una vida sumamente solitaria, degradándome a tal grado de descuidar mi aspecto físico que tan poco me importa, pero acaso ellos han perdido a aquel que aman..?
Con el tiempo me volví sordo a la fuerza, ciego y mudo por convicción propia. Mis días desde hace muchos años se han vuelto grises, pero aprendí a sobre llevar la vida, a encontrarle un sentido e incluirme en el fatídico mundo que la sociedad impone, sin queja alguna me metí en el ruedo. Decidido a ser el toro que alguien agarraría por los cuernos y acabaría con su mediocre vida de una sola estocada. Así lo decidí y al tiempo de haberlo decidido, sin darme cuenta, todo el peso se aligeró por completo. Ya no tenía mayor razón para enfadarme ante sus constantes reproches, y las consecutivas acusaciones que lanzaba sobre su muerte, con el tiempo dejaron de importarme. Me volví gris con el tiempo hasta que apareció ella y me volví negro.

Mi vida no había cambiado, yo seguía siendo el mismo. El mismo tipo sin empleo, viviendo en casa de sus padres a sus treinta años, sin un porvenir sin un futuro, viviendo al día y escribiendo sin ninguna finalidad de publicar. Sólo cambié la bebida por el vicio de las letras, la literatura se había vuelto mi muerta, mi amor, mi amante que me había abandonado con su muerte, mi vida y mi muerte. En mis letras me refugié, en mi soledad encontré alivió y sin más llanto que palabras fue que conseguí sobrellevar unos años más de vida hasta ese día en que todo cambió, moría yo mientras nacía un loco.
No era bella pero me enamoró al instante en que sus ojos cruzaron mi frente saliendo por mi nuca, atravesó mi cerebro fulminando mis ideas. Había salido con más mujeres pero con todas adoptaba la pose de escritor demente tirado al vicio. Tácticas, estrategias y una que otra mala jugada de la lógica elemental destruían las posibles relaciones desde la primera cita, pero la verdad era porque no me interesaba tener nada con ninguna de esas mujeres.
Lo que arrebató mi deseo, fue haber encontrado una presa casi del mismo dolor, pensé sin lógica pensé sin distractores falsos, pensé tonta e irónicamente por un momento con el corazón, para después descubrir que años atrás lo había perdido. Quizás el notarla tan podrida fue lo que atrajo mi atención, y sobre todo ese golpe al ego de no ser yo la persona por la cual ella se pudría, si tal vez suene extraño y algo sádico pero es la verdad. A quién, en el fondo, no le gusta ver sufrir a aquel que ama  por causa de uno mismo, por causa de aparente desamor.
Soporté un par de desastrosas salidas, encuentros furtivos y charlas realmente burdas que me arrojaban al precipicio de la desesperación solo para poder arrinconarla donde aún estaba la estela de un recuerdo que aunque vago, altamente dañino. Sin darme cuenta, pasaron años y sin más renuncié a ella al ver que aquellos ojos que volaron neuronas al atravesar mi cerebro no habían cambiado en absoluto, desistí y me alejé por completo sin dar razón alguna.
Pasados un par de meses cogí el teléfono y le llame, ella sonó dolida, extraña sensación para mi ya que yo sentía como si hubiese hablado un día anterior con ella. Le pedí vernos, accedió y nos besamos. Nos besamos tanto que se soltó llorando, la desee más que nunca. La desee llorando, la desee infeliz, la desee triste y solitaria, dolida, dejada la desee muerta. Fue ahí cuando comprendí que algo raro pasaba conmigo, estaba mutando. Esas ganas de hacer daño se apoderaron de mí, eran incontrolables y crecían cada vez más. Y sin perder tiempo regresé a casa. Cogí el cuchillo más afilado, en el que tantas veces en su reflejo me encontraba al lavarlo, mi reflejo no parecía el mismo. Mis ojos brillaban, mis labios sonreían sigilosamente, caminé hacía la alcoba de mis padres recordando cada insulto que había salido de sus bocas, recordando al mismo tiempo las caricias que de pequeño recibía, los insultos y las ternuras se mezclaban era una cosa abominablemente hermosa, una sinfonía dentro de mi cabeza comenzó a surgir de una forma impresionante, demoniaca, idílica, se mezclaba con los pasos lentos y precisos que daba a cada escalón, resonaban por toda la casa esta música insonora. Comencé a silbar a silbar cada vez más fuerte, no escuche la puerta abrirse solo vi a mi padre parado con un gesto de espanto, el cual no comprendí, me miraba asustado no me reconocía por que se agachaba y decía mi nombre susurrando como preguntándose si era yo. Mi madre salió al unísono en bata con sus escasos cabellos despeinados, el hedor de recamara dormida se mezcló con la sinfonía que solo yo escuchaba. Dejé de escuchar mis pasos, sus voces susurrando de miedo, deje de escuchar sus pupilas dilatadas. Deje de escuchar por un momento mientras todo se tornaba gris.
Mi corazón retornó a sus pulsaciones habituales. Cogí el teléfono, su voz era más suave, estaba calmada, parecía que mi ausencia le otorgaba cierta calma que yo no podía permitirle. Le dije, te amo.. Necesito tenerte a mi lado. Ella, accedió a vernos al día siguiente. Colgué el teléfono al tiempo en que limpiaba y afilaba el cuchillo sobre mis jeans.                    
                                                             γ.ک

Textos más leídos

La música.. Ese movimiento, lenguaje que el abandono y el quebranto engendran.